lunes, 17 de mayo de 2010

17 de mayo - La vida silvestre se sigue presentando

Ayer me levanto a desayunar y, mientras estoy en la cocina, Anita se me acerca y me cuenta que temprano en la mañana había visto un venado en el jardín. ¿En serio? ¡Que bien! Sí, estaba ahí detrás de los arbustos. ¿Como el que está ahí ahora en este instante? Pues sí, resulta que el venado seguía ahí en el jardín, paseándose por el vecindario. Una vez más me encuentro con animales salvajes en la ciudad que debería haber visto en el campo. El mundo al revés.

Y ahora sí que me parece que el blog estará interrumpido hasta nuevo aviso, a no ser que algo extraordinario ocurra hoy. Me voy a Chilito el martes y no me parece muy posible que me encuentre con huemules o guanacos en Santiago.

domingo, 9 de mayo de 2010

9 de mayo - De vuelta a Chocorua - 2ª Parte

Pues bien, como les contaba...

Después de dicha estupenda mañana me invadió una profunda pena porque me tenía que ir... Como a las 12:30 llegaron Anita y Di. Me contaron que se había roto una cañería del sistema de agua potable de Lexington, así que tenían que hervir agua todo el rato para poder cocinar y beber. ¿Te quieres quedar hasta el viernes y te devuelves en el bus? ¡Por supuesto! Las ayudé a cargar los autos, llenar botellas con agua, nos despedimos y me fui feliz de la vida a pasar la tarde con Baba.

Como a las 9:30pm me fui a la casa a esperar al oso. Puse otra mandarina en el comedero, la lamparita en la ventana y me instalé a vigilar la terraza. Esperé. La noche era tranquila, sin nada de viento. Se escuchaban los sapos cantando en la oscuridad. Escuché ramitas que se quebraban y supe que el oso estaba cerca. Yo estaba hipnotizada, intentando ver más allá de donde caía la luz de la lamparita. Y en esa quietud, silencioso como un gato, llegó nuestro ladrón. Veo un animal grande y peludo subirse en la varanda y acercar con su pata el comedero a su nariz. Estaba enmascarado y su cola era listrada. No era un oso, era un mapache. Era tan silencioso que más parecía un fantasma. Como si Rackity Racoon, liberado de su prisión embalsamada, hubiese vuelto a sus andanzas mapachianas. Olfateó el comedero, algo incómodo con el ruido de las campanas, se dio cuenta que estaba vacío, encontró la mandarina pero no le interesó y tan misterioso como llegó, se fue bajando por el tronco del árbol sin hacer el menor ruido. Bello.

Al día siguiente decidí dejarle unas cuantas semillas de girasol al mapache, pues quería ver como sacaba el comedero. Baba, quien sacó su comedero porque dos veces lo encontró en el piso y le dio susto que fuera un oso, me regaló un poco de semillas de girasol y así contribuir en mi experimento. En la mañana intenté darle almendras a Chipi de la misma forma en que le había dado los gajos de mandarina, pero no me resultó mucho, y en la tarde me fui de nuevo donde Baba. Llegó la noche y me fui a la casa a preparar el comedero para nuestro ladrón. Todo listo: comedero, lamparita y yo. Entonces como a las doce me despierto con el ruido de las campanas y ahí estaba el mapache en la varanda intentando comerse las semillas. Primero se estiró lo más que pudo, parado en la punta de los pies, con una mano sujetando el comedero y con otra agarrándose del tronco para no caerse. Intentaba sacar las semillas con la lengua a través de los pequeños hoyitos hechos para los delgados picos de los pájaros. Entonces soltó el comedero, lo volvió a agarrar con las dos manos, mientras se apoyaba en la varanda con una pata y con la otra se sujetaba al árbol. Sacó unas cuantas semillas más y lo volvió a soltar. Esta vez se encaramó en el tronco y trató de ponerse en mejor posición, pero inmediatamente supo que esto no funcionaría. Volvió a agarrarlo con las dos manos y a equilibrarse con las patas y así estuvo por horas, probando todo tipo de posiciones, hasta que logró comerse todas las semillas. Yo me quedé dormida a la media hora de este dedicado intento por lograr comerse hasta la última semilla, pero me desperté varias veces a lo largo de la noche con el ruido de las campanas.

Así que como ven, a esta altura yo ya estaba bastante cansada con tantas noches mal dormidas. Al día siguiente intenté darle almendras a Chipi, sin éxito, y en la tarde acompañé a Baba a comprar plantas para su jardín. De vuelta en su casa, estaba yo subiendo unos cajones para poner las plantas y y escucho al Pileated Woodpecker. Salí a buscarlo, pero sin la intención de entrar en el bosque y llenarme de garrapatas. Y ahí estaba, parado en un árbol cantando a todo pulmón. ¿Significará esto que tiene un nido en la casa de Baba? Esperemos que sí.

Esa noche no le puse el comedero al mapache. Quería dormir plácidamente sin interrupciones. ¡Qué agrado! El día siguiente lo pasé entero en la casa. Me eché al sol en la terraza esperando a que llegaran mis queridos roedores y así verlos bien de cerca. Vinieron los Chipmunks, vino Chipi y dos parejas de Goldfinches. Más hacia la tarde, me instalé en la terraza a leer mi libro y de la nada escucho el ya muy familiar PRIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. Yo pensé ¿por qué me está gritando Chipi? No he hecho nada. Entonces miro en dirección al grito y veo dos ardillitas un poco más chicas que Chipi corriendo en la base de un árbol y a Chipi jugando con ellas. ¡Eran sus niños! Todavía no puedo creer que conocí a sus hijos/as. Ay Chipi...

Y esto es lo último que tenía para contarles. Al día siguiente me fui de vuelta a Lexington.

viernes, 7 de mayo de 2010

7 de mayo de 2010 - De vuelta en Chocorua

¡Tengo mucho, mucho que contar!

El viernes 30 de abril fuimos a Chocorua por el fin de semana. Un viejo amigo de Anita falleció hace poco y el sábado le hicieron el funeral. No es exactamente un funeral, pues ya lo enterraron, lo que hacen es escoger una fecha para que sus amigos y todos los que lo quieran despedir puedan ir y hacerle una ceremonia. Además de Anita, Di y yo, fueron Judy y Harrison, también viejos amigos, los que fueron con su perrita Nell, una border collie hermosa. La saqué a pasear un par de veces, lo que resultó en tres asquerosas garrapatas. Una ya instalada en mi pierna, chupándome la sangre, y dos aún buscando un buen rincón para iniciar su festín. Parece que con la primavera no llegan solamente las flores y los pajaritos, sino todo tipo de seres vivos. ¡Que asco!

Vi a mi Chipi Chipi en una de sus ramas favoritas, cerca de la orilla del lago. Así que no se preocupen, Chipi está viva. Pero yo quería verla de cerca, en la terraza, y así reconocer cada fibra de su ser. Por ello, puse el comedero de pájaros y unos trozos de almendras, nueces y castaña de cajú en la terraza (no tenía maní y no sabía qué otras semillas le gustarían). No vino ni ella ni los pájaros, pero el domingo en la mañana salgo a ver si las nueces varias seguían ahí y veo el comedero tirado en el suelo, a los pies del árbol del que suele colgar. No es raro que se caiga cuando hay mucho viento, pero esa noche fue tan tranquila que podrías haber visto las estrellas reflejadas en la superficie del lago. Anita me vio con el comedero vacío en la mano y dijo ¡Oso!. Salió a mirar el árbol y encontró pequeñas marcas en el tronco, como si hubieran sacado pedacitos de corteza. Esto significaba que el oso se subió por el árbol, sacó el comedero, se comió todas las semillas, lo dejó tirado en el suelo, se fue y nunca nadie se enteró. ¡Joder! Lamentablemente nos teníamos que ir esa tarde y todo quedaría en especulaciones... ¿o no?

Judy y Harrison se fueron temprano en la mañana, mientras nosotras planeábamos salir tipín doce. Estuvimos ordenando la casa, Anita y Di organizando el cerro de cajas que habían en una de las piezas y yo limpiando por aquí y por allá. Cargamos el auto, teníamos todo listo para partir y ¿dónde están las llaves? ¿Las tienes tu? ¿Las tengo yo? ¿Se cayeron? ¿Están perdidas en el auto implorando ser encontradas? ¿Y las copias? En Lexington. ¿Y si Harrison se las llevó por error? ¿Tienes el celular de Harrison? ¿De Judy? ¿De quien sea? Pasan los minutos y finalmente conseguimos el celular de Judy. ¿Judy, dónde están? Ya casi llegando ¿todo bien? ¿Puedes preguntarle a Harrison si tiene nuestras llaves? No, no las tengo. ¿Seguro? Seguro. Chanfle, dónde cresta están las llaves. Suena el teléfono ¡Las llaves están en el piso de nuestro auto! Las tomé por error y olvidé devolverlas... Voy a dejar a Judy y me devuelvo a Chocorua. No, ni se te ocurra, son seis horas de manejo. No importa, voy a ir igual. Lo lamento tanto... No Harrison, mándalas por correo. Nosotras vamos a tomar un bus a Lexington y mañana volvemos a buscar el auto. Lo lamento tanto...

En fin, Anita y Di deciden tomar el bus y yo pregunto si me puedo quedar. ¡Por supuesto! Voy a colgar el comedero vacío y esperar al oso. Ponle unas campanas de viento para que suenen y te avise cuando lo esté agarrando. Excelente. Al rato vino Baba a buscar Anita y Di para llevarlas al terminal, yo instalé el comedero con las campanas y a la vuelta Baba pasó a buscarme para pasar la tarde juntas.

Como a las cuatro le pedí el auto a Baba para ir a buscar el mousse de chocolate que tenía en la casa. Voy saliendo del estacionamiento, doblando una pequeña curva cuando veo a Pileated Woodpecker levantar vuelo. Detuve el auto, salí corriendo a buscar los binoculares de Baba y avisarle que dicha maravilla estaba ahí afuera. Pero cuando volví el pájaro había desaparecido. Bu... Bueno, fui a buscar el mousse. lo dejé donde Baba y me interné en el bosque a ver si encontraba al Pileated. Lo escuché cantar varias veces, pero nunca lo pude ver. En parte porque el bosque es muy denso y pantanoso y porque los mosquitos me estaban comiendo. Así que me devolví a la casa a cenar con Baba. Por supuesto que en mi entusiasmo por encontrar el pájaro olvidé la plaga de garrapatas y al rato encontré dos intentando parasitarme. Psicopateada con estos bichos, me fui a la casa a darme una buena ducha. Por suerte, acá es donde las garrapatas abandonan nuestra historia.

Empezó a oscurecer, lo que significaba que pronto vendría el oso. Puse una lamparita en la ventana, iluminando el comedero, pues me pareció que el oso se asustaría si de la nada prendiera la linterna. Además, le dejé una mandarina para que su esfuerzo no fuera en vano. Pasé la noche despertándome cada hora, esperando encontrarlo in fraganti. Pero el oso no vino. El comedero pasó la noche imperturbado mientras yo estaba alerta a cualquier ruido. Lo chistoso sí fueron mis sueños. Primero llegaron dos ositos, uno blanco con negro y otro blanco. Eran tiernos y mansos. Me desperté, inspeccioné el comedero y me volví a dormir. Esta vez vinieron dos osos cafés, hambrientos y peligrosos. "Ay no, esto fue una mala idea", pensaba yo mientras temía que los osos destruyeran toda la casa. Así que no vi al oso de verdad, pero pude experimentar estos dos posibles extremos. ¡Ja!

A la mañana siguiente, puse más frutos secos en la terraza, una mandarina pelada y me senté a desayunar. Vino una ardilla aceleradísima que estaba cambiando su pelaje a sus colores de verano, por lo que tenía unos manchones rojizos y cafés. Al principio pensé que era Chipi, pero ese comportamiento frenético no es de ella. Era más bien la actitud de Flaite Ardilla, como nerviosa, consiente de que estaba invadiendo territorios ajenos. Sea como sea, esta ardilla no se interesó por ni una de las semillas que dejé afuera. Al rato vino un Nuthatch que se llevó los trocitos de almendras, nueces y castañas de cajú y por último vino un Chipmunk que se fascinó con la mandarina. Chupeteó uno de los gajos, se lo llevó, chupeteó otro, se lo llevó, y al final decidió llevarse media mandarina de una vez. Me imagino que no tengo que decirles lo gigantesca que es media mandarina para este pequeño roedor. ¡Qué goloso!

Y nada de Chipi...

En un momento salí a ver si estaba cerca y ahí la veo muy paradita en la terraza comiéndose una bellota. Me miró, NO ME GRITÓ, terminó su bellota y se fue en dirección al living, tan tranquila como una ardilla lo puede ser. Entré a la casa, me fui al living y con lágrimas en los ojos la miré a través de la ventana mientras investigaba por aquí y por allá y se comía una piñata. Ahí estaba mi Chipi, con las manos y las patas más naranjas y la raya negra de los costados más oscura, pero era mi Chipi, no cabía la menor duda. Se metió debajo de la casa y yo salí a buscarla. Se fue al montón de ramas donde ella, los Chipmunks y los Voles guardan su comida. Yo tenía una mandarina en la mano y me puse a lanzarle gajos, a ver si le gustaban. Ella no se movió, se quedó tiesa, mirándome. Entonces me acordé de la foca leopardo que le mostraba a Paul Nicklen como comerse los pingüinos. Saqué un gajo y me lo comí de forma teatral y exagerada. Me comí otro y lancé otro más. Y de pronto baja corriendo y agarra uno de los gajos, como si hubiese entendido lo que yo intentaba decirle. ¡Nos comunicamos! Lo chupeteó, lo movió un poco y lo dejó. Creo que no le gustó. ¡Ja!

Como ven, tuve una mañana fabulosa. Otro día les sigo contando, pues aún hay más, pero ya es muy tarde. ¡Hasta pronto!

viernes, 23 de abril de 2010

23 de abril de 2010 - Vida silvestre en la ciudad

Hoy habíamos terminado recién de cenar. Estábamos viendo un programa en la tele sobre Susan Sarandon buscando información sobre su abuela que nunca conoció. De reojo veo a través de una ventana que da a la calle a un tremendo gato amarillo caminando en dirección a la casa. Venía dando saltitos, como si en realidad fuera un perro de orejas puntudas. En un nanosegundo los archivos de mi cerebro se encendieron y pasamos de "tremendo gato amarillo" a "perrito de orejas puntudas" a ZORRO. ¡Era un zorro! A pesar de todas esas categorías que pasaron por mi mente hasta llegar a la respuesta correcta, no pasó ni un instante entre la primera y la última idea. Me levanté asombrada, mientras Di y Anita no entendían lo que había visto. There is a fox outside. A what? A fox. What? Fox. No me salía la voz y las dos tienen problemas de audición. Pero vieron lo perpleja que estaba, lo que las inquietó lo suficiente. A fox! Oh, there's a fox outside! Salimos las tres por puertas distintas a ver si lo encontrábamos. Y ahí estaba. Muy campante paseándose por el patio del vecino. Sus patas negras, como si tuviera guantes, y su cola gorda lo identificaban sin problemas. Y mientras caminaba entre los árboles, yo escuchaba y veía a las ardillas subiendo sin dudar por los troncos.

Pero no se imaginen que estoy en la mitad del bosque, como en Chocorua. Lexington es una ciudad unida a Boston con muchas áreas verdes, pero una ciudad al fin y al cabo (es más bien una comuna de este gran conglomerado). El patio trasero de Anita y Di tiene árboles grandes, que dan la sensación de bosque, pero un par de metros más allá hay una casa, una calle, otra casa, autos que van y vienen, micros... Todo el arsenal urbano. Sin embargo, aquí es donde finalmente he visto un zorro. Es como si en Ñuñoa apareciera un zorro. Y eso no es todo. El otro día íbamos pasando por el centro de Lexington, que sería como la Plaza Ñuñoa sin el resto de Irarrázabal, y vemos un pavo salvaje caminando por la acera. Sólo falta el alce y habré visto todos los animales que esperaba encontrar en Chocorua. ¡Plop!

lunes, 12 de abril de 2010

Una ballena y un leopardo marino

Escuché un par de historias increíbles en la radio. Es un programa de la Radio Pública que se llama Radiolab. Esta vez se trataba de la mente de los animales. Si lo pueden escuchar en inglés se los recomiendo encarecidamente. Es hermoso. Al final pongo un link.

Esta es la traducción:

Es una historia que ocurre en San Francisco, a 18 millas del Golden Gate, en pleno mar abierto. Mike tiene un bote que se llama Super Fish y una mañana de diciembre, como a las 8am, recibe una llamada. Un pescador le cuenta que hay una ballena atrapada en las cuerdas de trampas para cangrejo y, al parecer, no se podía mover. En cuanto cuelga, Mike llama inmediatamente a un par de amigos buzos para organizar un rescate. Tim Young, un rescatista de la Fuerza Aérea y a James Mosquito, un buzo profesional, quien va acompañado de su pareja, Holy Dryard (creo que se escribe así). Les relata la historia del pescador y les pide que lo acompañen a ayudar a esta ballena. Ambos le dicen que sí sin pensarlo dos veces. Agarran su equipo, cruzan el Golden Gate y se lanzan al mar. Estuvieron buscándola por dos horas, pensando que no la encontrarían. De pronto, uno de los buzos ve boyas de trampas de cangrejo y unas gaviotas sobrevolándolas. Al acercarse, Holy ve la ballena. Se asomaba sólo unos 10cm. Era una delgada superficie negra. Tim y James se acercan en un bote inflable a ver cuál era la situación. Reman hasta quedar a un par de metros de la ballena, pero cada vez que se acercaban ella se movía y alejaba el bote. Además la visibilidad del agua era pésima, por lo que no podían ver nada desde la superficie. Con una sola mirada, los buzos deciden lanzarse al agua. Empiezan a nadar, buscando a la ballena. Se sumergen por metros y metros y se dan cuenta de la magnitud de este animal. Era una ballena jorobada hembra de 16-17 metros de largo y de unas 40 toneladas, uno de los seres más grandes que hay. Los buzos se dan cuenta que está en una posición totalmente vertical, con la punta de la cabeza asomada y la cola dirigiéndose hacia el fondo del océano. Era como si la estuvieran tirando hacia abajo.

La ballena estaba enredada en las cuerdas de unas 20 trampas de cangrejo que se habían transformado en un ancla de al menos 900kg. Estaba luchando para poder respirar. Los buzos oían el esfuerzo de la ballena en su respiración. Las cuerdas estaban por todas partes. En su boca. En su cabeza. En sus ojos. En su espalda. En sus aletas. En su cola. Pensaban que no había forma de liberarla. Era una ballena muerta. De todos modos, había que intentarlo. James se acerca a la ballena, pero ella no quiere tenerlo cerca. Sacude su aleta pectoral, que mide unos 5 metros de largo y unos 2 de ancho. Era como si el ala de un avión quisiera alejarte. Los buzos deciden retroceder y esperar a que se calme. Como estaba físicamente agotada, no se demoró mucho en tranquilizarse. Entonces los buzos vuelven. James se va a la cola y Tim a la cabeza. Con una navaja de 15cm Tim empieza a cortar las cuerdas cerca de su ojo. Y su ojo se movía. Si Tim iba hacia la derecha, el ojo iba hacia la derecha. Si iba hacia la izquierda, el ojo iba hacia la izquierda. Observándolo. Vigilándolo. Mientras tanto, van cortando las cuerdas. Estaban tirantes, difíciles de sacar. Cortaban, quedaban sueltas y de pronto se enganchaban de nuevo y volvían a quedar tirantes. Se demoraron horas. Finalmente queda sólo una cuerda, enrollada en su cola, que mantenía a la ballena anclada a todas esas trampas. La única forma de cortarla era enterrar la navaja en la piel de la ballena. La entierra, corta la cuerda y los 900kg se hunden en el océano con el ruido del chicotazo de la cuerda al soltarse. Y en un instante la ballena desapareció.

Los dos buzos dan vueltas, buscándola. Suben a la superficie y se dan cuenta que lo lograron. La liberaron. Todos se ponen a festejar, dando gritos de victoria. Tim, James y el resto del grupo que estaba en el agua. Y aquí es cuando sucede lo impensable. De pronto, James mira hacia abajo y ve la ballena de 40 toneladas dirigiéndose hacia él. Piensa "¡Dios mío, dente! ¡Acabo de salvarte!". La ve subir con la mandíbula en su dirección. "Esto va a doler". A centímetros de su pecho la ballena se detiene y se pone a empujarlo con cuidado hacia atrás. Lo hizo una vez. Otra vez. Otra vez. Luego sacó su cabeza lo suficiente como para que su ojo se pudiera asomar y lo miró directamente a él por al menos 30 segundos. Simplemente lo miró. "Su pupila no se movía, no estaba buscando nada, simplemente me miraba. Estás en la presencia de algo así de magnífico. Te hace sentir pequeño". Completamente descolocado, James la ve dirigirse hacia otra persona y hacer lo mismo. Tim cuenta que estaba a medio metro de su ojo, mientras lo miraba y se dejaba tocar. Se lo hizo a todas las personas que estaban ahí, incluso a los botes. Se acercó, los miró un momento y se dirigió a la siguiente persona. Estaba atardeciendo y los buzos tenían que irse. Fueron ellos los que tuvieron que dejarla porque ella no se quería ir.

¿Qué estaba haciendo la ballena? ¿Qué estaba diciendo? Algunos dirán que obviamente les estaba agradeciendo, que es lo que ellos sintieron. Otros dirán que los animales no sienten gratitud como la sentimos nosotros. A mi me parece que esto va mas allá de intentar encasillar una emoción, definirla y ver si es exactamente eso lo que ocurrió aquí. No me cabe la menor duda de que la ballena quiso expresarse. Marcarlos de algún modo. Hacerles saber que los estaba reconociendo. ¿Agradeciendo? No lo se. Pero hizo algo especial. Algo que no hubiera hecho en otra situación. Aquí hubo intención. Eso es prueba suficiente de que hay más que mero instinto y comportamientos programados. Hay inteligencia. Hay emoción.

Y esta es la otra historia:

Paul Nicklen es un fotógrafo que trabaja para National Geografic. Es su "artic guy", o hombre del Ártico. Es su especialista en vida polar. Esta historia es sobre su intento de fotografiar uno de los más grandes depredadores polares: la foca leopardo, cuya reputación es de una criatura muy peligrosa. En 2003 una científica que estaba estudiando estos mares congelados encontró su muerte en la mandíbula de una foca leopardo. La agarró, la hundió, la ahogó. Con esta historia en mente, Paul se dirige a la Antártica con su guía Godan. Están en el bote, buscando focas. Ven una cerca de una colonia de pingüinos, en una pequeña bahía. Godan, quien ya había visto muchas focas leopardo antes, le dice "¡Dios, esa es la foca más grande que he visto!". Se acercó al bote con un pingüino en la boca. Nadó por debajo, de un lado a otro, zarandeando su pingüino. "Paul, es hora de que entres al agua", dice Godan. Paul tiritaba de los nervios, no del frío. Tenía la boca seca. Se pone su máscara, se sumerge en el agua de -2°C y ahí estaba la foca. Gigante. De al menos 450kg y de unos 4 metros de largo. Soltó su pingüino, fue directamente hacia Paul y abrió su boca. Agarró la cámara y su cabeza. Sus colmillos tocándole la pera. Estaba mirando la garganta del animal. Foto. Foto. Foto. Imágenes tan de cerca que ves la textura de su lengua, el tamaño de sus colmillos, el largo de sus bigotes. Entonces se aleja y lo mira. Huele sus aletas, las toca con su nariz, lo empuja. Vuelve a subir y le muestra de nuevo sus colmillos. Y se va. Cuando Paul estaba listo para volver al bote, después de haber estado un rato en el agua y con frío, la foca vuelve. Viene con un pingüino recién atrapado en la boca. Se detiene a unos 3 metros de él. Tiene al pingüino sujeto por las patas, aleteando intentando escapar. Se posiciona justo delante de Paul y lo suelta. El pingüino pasa nadando a su lado y ella lo persigue y lo vuelve a atrapar. Se posiciona de nuevo y lo suelta. Y todo se repite. Una y otra vez. Paul no tenía idea de qué estaba pasando. Al principio pensó que le estaba costando comérselo. Entonces Godan le dice que estaba intentando alimentarlo. Paul estaba tan descolocado que no atinó a nada más que sacar fotos. Era imposible atrapar al pingüino cuando ella lo soltaba. Era demasiado rápido. Y tampoco podía explicarle que él no comía pingüinos. Foto. Foto. Foto. Entonces ella deja ir al pingüino. "Me miró con una cara de desprecio...", cuenta Paul. Se aleja y vuelve con otro pingüino. Este se ve cansado, abatido. Ella lo había agotado. Retoma su intento de alimentarlo y toda la historia se repite. Ella se lo entrega una y otra vez y él no lo atrapa nunca.

En su encuentro siguiente le trae pingüinos muertos. A veces los deja sobre la cámara y se queda esperando a que él se los coma. Lo mira desalentada. Entonces cambia de táctica y empieza a voltearlos sobre su cabeza. Trata de alimentarlo a la fuerza. "¡Ya cómetelos de una vez! ¿Por qué no quieres comerte mis pingüinos? ¡Cómetelos!". Ahora empieza a comerse ella los pingüinos, mostrándole como se hace. Los desmiembra en la superficie, les saca la piel, los destroza delate de él. Esto ocurre a lo largo de cuatro días, durante los cuales Paul empieza a enamorarse de esta foca. "Este animal que es tan inteligente, tan poderoso que podría matarte en un instante, y uno está ahí... Era hermosa, enorme. Tenía un rostro bello, su piel plateada que la hacía brillar bajo el agua". Paul dice que estaba tan enamorado de ella que dormía mal, que no podía comer, que no aguantaba las ganas de verla. Al primer rayo de sol ya estaba en el bote. Al cuarto día piensa que tal vez ella ya se ha aburrido de él, de este depredador incompetente, y decide ir a presentarse a otras focas. Él está bajo el agua y ella se acerca. Se mueve como si estuviera bailando ballet. Foto. Foto. Foto. De pronto, suelta su pingüino, se pone cabeza abajo y canta. Un sonido gutural, tan fuerte que Paul siente las vibraciones en el pecho. GA GA GA GA. "¿Me está atacando? ¿Finalmente me está echando, cansada de mi?". Pero en cuanto ella hace eso, otra foca aparece desde atrás de Paul. Se había aproximado a hurtadillas, a sus espaldas. Ella había hecho el ruido para ahuyentar a esta otra foca. La persigue, le roba su pingüino (también tenía un pingüino) y se lo lleva a Paul. Él dice que se sentía como cuando eres niño y sabes que tu madre te protegerá contra todo.

Paul no sabe cómo explicar esto. A mi me parece que es la situación opuesta a lo que nos suele ocurrir a los humanos. ¿No somos nosotros los que observamos la fauna?. Les ofrecemos comida de la mano. Queremos cuidarlos si algo les pasa. Queremos formar un lazo con ellos. Una foca curiosa que quiere conocer a esta otra especie.

Bueno, acá les dejo el link para que lo escuchen en inglés: http://www.wnyc.org/shows/radiolab. Tienen que clicar donde dice "Animal Minds", en la columna de la derecha. También pueden ver las fotos de Paul en http://www.paulnicklen.com/leopard-seals.html.

12 de abril de 2010 - Se acabó

Hemos llegado al final de nuestra estadía en New Hampshire. Sebas está listo para irse a Oregon a hacer el primero de sus cursos de escalada. Yo estoy en Boston con su abuela esperando que se resuelva de una vez el tema de inmigración. Entre el 3 y el 7 de mayo tendremos la entrevista con el Departamento de Inmigración y, una vez que tenga mi Green Card, podré ir a Chilito.

Yo esperaba tener alguna cálida despedida con Chipi, pero sólo la oí gritar por ahí. Debe estar ocupada preparando su nido para cuando lleguen los Chipilitos. Esruvo destrozando una toalla que dejamos afuera, seguramente cortando pequeños pedazos para hacer mantitas. O talvez sacando hilachas amarillas y rosadas para decorar su casita. Aunque podría usar las hilachas para tejerles botas. La voy a extrañar...

Y los pajaritos me están castigando porque mientras estuvimos donde Tom hubo una tormenta más o menos que botó los comederos. Estuvieron sin semillas de girasol por unos días. Cuando volvimos a la casa puse inmediatamente el comedero afuera, pero no lo han visitado. Están indignados con esta humana poco confiable.

No se que haré con el blog. Talvez cambiarlo a "En Nueva Inglaterra, una chilena viviendo no tan al norte del mundo". Quién sabe...

Pues sólo me queda agradecer a los animalitos por su compañía, a Baba por toda su ayuda y por ser tan adorable, a la gente de la biblio por hacernos sentir bienvenidos y a mi hermosa y terriblemente gruñoña Chipi por haberme permitido observar su vida.

¡Adiós!

viernes, 9 de abril de 2010

9 de abril de 2010 - Una buena noticia y una graciosa

Tengo una buena noticia y una noticia graciosa (no muy graciosa para el Seba). La buena noticia es que Marrion, la directora de la biblioteca de Chocorua, me contó que el Águila Calva tiene un nido, hace ya un par de años, a orillas del lago Chocorua. ¿Lo pueden creer? Me emocioné tanto que todavía tengo los pelos de punta. Así que la próxima expedición en canoa será para encontrar ese nido. Ojo que es un secreto, así que no lo anden divulgando por ahí (¡Ja!).

Y la noticia graciosa es que ayer Sebas estaba probando sus crampones nuevos en su súper-mega-ultra bota de nieve y qué sorpresa al encontrar semillas adentro. Pues algún roedor intruso y con muy buen ojo para escondites originales, decidió usar una de sus botas para guardar comida. Sebas estaba indignado con esta insolencia. Menos mal que no le hicieron nada a la bota, que quién sabe cuanto cuesta. Fueron muy considerados. La dejaron intacta, pero llena de semillas. ¡Ja!