lunes, 17 de mayo de 2010

17 de mayo - La vida silvestre se sigue presentando

Ayer me levanto a desayunar y, mientras estoy en la cocina, Anita se me acerca y me cuenta que temprano en la mañana había visto un venado en el jardín. ¿En serio? ¡Que bien! Sí, estaba ahí detrás de los arbustos. ¿Como el que está ahí ahora en este instante? Pues sí, resulta que el venado seguía ahí en el jardín, paseándose por el vecindario. Una vez más me encuentro con animales salvajes en la ciudad que debería haber visto en el campo. El mundo al revés.

Y ahora sí que me parece que el blog estará interrumpido hasta nuevo aviso, a no ser que algo extraordinario ocurra hoy. Me voy a Chilito el martes y no me parece muy posible que me encuentre con huemules o guanacos en Santiago.

domingo, 9 de mayo de 2010

9 de mayo - De vuelta a Chocorua - 2ª Parte

Pues bien, como les contaba...

Después de dicha estupenda mañana me invadió una profunda pena porque me tenía que ir... Como a las 12:30 llegaron Anita y Di. Me contaron que se había roto una cañería del sistema de agua potable de Lexington, así que tenían que hervir agua todo el rato para poder cocinar y beber. ¿Te quieres quedar hasta el viernes y te devuelves en el bus? ¡Por supuesto! Las ayudé a cargar los autos, llenar botellas con agua, nos despedimos y me fui feliz de la vida a pasar la tarde con Baba.

Como a las 9:30pm me fui a la casa a esperar al oso. Puse otra mandarina en el comedero, la lamparita en la ventana y me instalé a vigilar la terraza. Esperé. La noche era tranquila, sin nada de viento. Se escuchaban los sapos cantando en la oscuridad. Escuché ramitas que se quebraban y supe que el oso estaba cerca. Yo estaba hipnotizada, intentando ver más allá de donde caía la luz de la lamparita. Y en esa quietud, silencioso como un gato, llegó nuestro ladrón. Veo un animal grande y peludo subirse en la varanda y acercar con su pata el comedero a su nariz. Estaba enmascarado y su cola era listrada. No era un oso, era un mapache. Era tan silencioso que más parecía un fantasma. Como si Rackity Racoon, liberado de su prisión embalsamada, hubiese vuelto a sus andanzas mapachianas. Olfateó el comedero, algo incómodo con el ruido de las campanas, se dio cuenta que estaba vacío, encontró la mandarina pero no le interesó y tan misterioso como llegó, se fue bajando por el tronco del árbol sin hacer el menor ruido. Bello.

Al día siguiente decidí dejarle unas cuantas semillas de girasol al mapache, pues quería ver como sacaba el comedero. Baba, quien sacó su comedero porque dos veces lo encontró en el piso y le dio susto que fuera un oso, me regaló un poco de semillas de girasol y así contribuir en mi experimento. En la mañana intenté darle almendras a Chipi de la misma forma en que le había dado los gajos de mandarina, pero no me resultó mucho, y en la tarde me fui de nuevo donde Baba. Llegó la noche y me fui a la casa a preparar el comedero para nuestro ladrón. Todo listo: comedero, lamparita y yo. Entonces como a las doce me despierto con el ruido de las campanas y ahí estaba el mapache en la varanda intentando comerse las semillas. Primero se estiró lo más que pudo, parado en la punta de los pies, con una mano sujetando el comedero y con otra agarrándose del tronco para no caerse. Intentaba sacar las semillas con la lengua a través de los pequeños hoyitos hechos para los delgados picos de los pájaros. Entonces soltó el comedero, lo volvió a agarrar con las dos manos, mientras se apoyaba en la varanda con una pata y con la otra se sujetaba al árbol. Sacó unas cuantas semillas más y lo volvió a soltar. Esta vez se encaramó en el tronco y trató de ponerse en mejor posición, pero inmediatamente supo que esto no funcionaría. Volvió a agarrarlo con las dos manos y a equilibrarse con las patas y así estuvo por horas, probando todo tipo de posiciones, hasta que logró comerse todas las semillas. Yo me quedé dormida a la media hora de este dedicado intento por lograr comerse hasta la última semilla, pero me desperté varias veces a lo largo de la noche con el ruido de las campanas.

Así que como ven, a esta altura yo ya estaba bastante cansada con tantas noches mal dormidas. Al día siguiente intenté darle almendras a Chipi, sin éxito, y en la tarde acompañé a Baba a comprar plantas para su jardín. De vuelta en su casa, estaba yo subiendo unos cajones para poner las plantas y y escucho al Pileated Woodpecker. Salí a buscarlo, pero sin la intención de entrar en el bosque y llenarme de garrapatas. Y ahí estaba, parado en un árbol cantando a todo pulmón. ¿Significará esto que tiene un nido en la casa de Baba? Esperemos que sí.

Esa noche no le puse el comedero al mapache. Quería dormir plácidamente sin interrupciones. ¡Qué agrado! El día siguiente lo pasé entero en la casa. Me eché al sol en la terraza esperando a que llegaran mis queridos roedores y así verlos bien de cerca. Vinieron los Chipmunks, vino Chipi y dos parejas de Goldfinches. Más hacia la tarde, me instalé en la terraza a leer mi libro y de la nada escucho el ya muy familiar PRIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII. Yo pensé ¿por qué me está gritando Chipi? No he hecho nada. Entonces miro en dirección al grito y veo dos ardillitas un poco más chicas que Chipi corriendo en la base de un árbol y a Chipi jugando con ellas. ¡Eran sus niños! Todavía no puedo creer que conocí a sus hijos/as. Ay Chipi...

Y esto es lo último que tenía para contarles. Al día siguiente me fui de vuelta a Lexington.

viernes, 7 de mayo de 2010

7 de mayo de 2010 - De vuelta en Chocorua

¡Tengo mucho, mucho que contar!

El viernes 30 de abril fuimos a Chocorua por el fin de semana. Un viejo amigo de Anita falleció hace poco y el sábado le hicieron el funeral. No es exactamente un funeral, pues ya lo enterraron, lo que hacen es escoger una fecha para que sus amigos y todos los que lo quieran despedir puedan ir y hacerle una ceremonia. Además de Anita, Di y yo, fueron Judy y Harrison, también viejos amigos, los que fueron con su perrita Nell, una border collie hermosa. La saqué a pasear un par de veces, lo que resultó en tres asquerosas garrapatas. Una ya instalada en mi pierna, chupándome la sangre, y dos aún buscando un buen rincón para iniciar su festín. Parece que con la primavera no llegan solamente las flores y los pajaritos, sino todo tipo de seres vivos. ¡Que asco!

Vi a mi Chipi Chipi en una de sus ramas favoritas, cerca de la orilla del lago. Así que no se preocupen, Chipi está viva. Pero yo quería verla de cerca, en la terraza, y así reconocer cada fibra de su ser. Por ello, puse el comedero de pájaros y unos trozos de almendras, nueces y castaña de cajú en la terraza (no tenía maní y no sabía qué otras semillas le gustarían). No vino ni ella ni los pájaros, pero el domingo en la mañana salgo a ver si las nueces varias seguían ahí y veo el comedero tirado en el suelo, a los pies del árbol del que suele colgar. No es raro que se caiga cuando hay mucho viento, pero esa noche fue tan tranquila que podrías haber visto las estrellas reflejadas en la superficie del lago. Anita me vio con el comedero vacío en la mano y dijo ¡Oso!. Salió a mirar el árbol y encontró pequeñas marcas en el tronco, como si hubieran sacado pedacitos de corteza. Esto significaba que el oso se subió por el árbol, sacó el comedero, se comió todas las semillas, lo dejó tirado en el suelo, se fue y nunca nadie se enteró. ¡Joder! Lamentablemente nos teníamos que ir esa tarde y todo quedaría en especulaciones... ¿o no?

Judy y Harrison se fueron temprano en la mañana, mientras nosotras planeábamos salir tipín doce. Estuvimos ordenando la casa, Anita y Di organizando el cerro de cajas que habían en una de las piezas y yo limpiando por aquí y por allá. Cargamos el auto, teníamos todo listo para partir y ¿dónde están las llaves? ¿Las tienes tu? ¿Las tengo yo? ¿Se cayeron? ¿Están perdidas en el auto implorando ser encontradas? ¿Y las copias? En Lexington. ¿Y si Harrison se las llevó por error? ¿Tienes el celular de Harrison? ¿De Judy? ¿De quien sea? Pasan los minutos y finalmente conseguimos el celular de Judy. ¿Judy, dónde están? Ya casi llegando ¿todo bien? ¿Puedes preguntarle a Harrison si tiene nuestras llaves? No, no las tengo. ¿Seguro? Seguro. Chanfle, dónde cresta están las llaves. Suena el teléfono ¡Las llaves están en el piso de nuestro auto! Las tomé por error y olvidé devolverlas... Voy a dejar a Judy y me devuelvo a Chocorua. No, ni se te ocurra, son seis horas de manejo. No importa, voy a ir igual. Lo lamento tanto... No Harrison, mándalas por correo. Nosotras vamos a tomar un bus a Lexington y mañana volvemos a buscar el auto. Lo lamento tanto...

En fin, Anita y Di deciden tomar el bus y yo pregunto si me puedo quedar. ¡Por supuesto! Voy a colgar el comedero vacío y esperar al oso. Ponle unas campanas de viento para que suenen y te avise cuando lo esté agarrando. Excelente. Al rato vino Baba a buscar Anita y Di para llevarlas al terminal, yo instalé el comedero con las campanas y a la vuelta Baba pasó a buscarme para pasar la tarde juntas.

Como a las cuatro le pedí el auto a Baba para ir a buscar el mousse de chocolate que tenía en la casa. Voy saliendo del estacionamiento, doblando una pequeña curva cuando veo a Pileated Woodpecker levantar vuelo. Detuve el auto, salí corriendo a buscar los binoculares de Baba y avisarle que dicha maravilla estaba ahí afuera. Pero cuando volví el pájaro había desaparecido. Bu... Bueno, fui a buscar el mousse. lo dejé donde Baba y me interné en el bosque a ver si encontraba al Pileated. Lo escuché cantar varias veces, pero nunca lo pude ver. En parte porque el bosque es muy denso y pantanoso y porque los mosquitos me estaban comiendo. Así que me devolví a la casa a cenar con Baba. Por supuesto que en mi entusiasmo por encontrar el pájaro olvidé la plaga de garrapatas y al rato encontré dos intentando parasitarme. Psicopateada con estos bichos, me fui a la casa a darme una buena ducha. Por suerte, acá es donde las garrapatas abandonan nuestra historia.

Empezó a oscurecer, lo que significaba que pronto vendría el oso. Puse una lamparita en la ventana, iluminando el comedero, pues me pareció que el oso se asustaría si de la nada prendiera la linterna. Además, le dejé una mandarina para que su esfuerzo no fuera en vano. Pasé la noche despertándome cada hora, esperando encontrarlo in fraganti. Pero el oso no vino. El comedero pasó la noche imperturbado mientras yo estaba alerta a cualquier ruido. Lo chistoso sí fueron mis sueños. Primero llegaron dos ositos, uno blanco con negro y otro blanco. Eran tiernos y mansos. Me desperté, inspeccioné el comedero y me volví a dormir. Esta vez vinieron dos osos cafés, hambrientos y peligrosos. "Ay no, esto fue una mala idea", pensaba yo mientras temía que los osos destruyeran toda la casa. Así que no vi al oso de verdad, pero pude experimentar estos dos posibles extremos. ¡Ja!

A la mañana siguiente, puse más frutos secos en la terraza, una mandarina pelada y me senté a desayunar. Vino una ardilla aceleradísima que estaba cambiando su pelaje a sus colores de verano, por lo que tenía unos manchones rojizos y cafés. Al principio pensé que era Chipi, pero ese comportamiento frenético no es de ella. Era más bien la actitud de Flaite Ardilla, como nerviosa, consiente de que estaba invadiendo territorios ajenos. Sea como sea, esta ardilla no se interesó por ni una de las semillas que dejé afuera. Al rato vino un Nuthatch que se llevó los trocitos de almendras, nueces y castañas de cajú y por último vino un Chipmunk que se fascinó con la mandarina. Chupeteó uno de los gajos, se lo llevó, chupeteó otro, se lo llevó, y al final decidió llevarse media mandarina de una vez. Me imagino que no tengo que decirles lo gigantesca que es media mandarina para este pequeño roedor. ¡Qué goloso!

Y nada de Chipi...

En un momento salí a ver si estaba cerca y ahí la veo muy paradita en la terraza comiéndose una bellota. Me miró, NO ME GRITÓ, terminó su bellota y se fue en dirección al living, tan tranquila como una ardilla lo puede ser. Entré a la casa, me fui al living y con lágrimas en los ojos la miré a través de la ventana mientras investigaba por aquí y por allá y se comía una piñata. Ahí estaba mi Chipi, con las manos y las patas más naranjas y la raya negra de los costados más oscura, pero era mi Chipi, no cabía la menor duda. Se metió debajo de la casa y yo salí a buscarla. Se fue al montón de ramas donde ella, los Chipmunks y los Voles guardan su comida. Yo tenía una mandarina en la mano y me puse a lanzarle gajos, a ver si le gustaban. Ella no se movió, se quedó tiesa, mirándome. Entonces me acordé de la foca leopardo que le mostraba a Paul Nicklen como comerse los pingüinos. Saqué un gajo y me lo comí de forma teatral y exagerada. Me comí otro y lancé otro más. Y de pronto baja corriendo y agarra uno de los gajos, como si hubiese entendido lo que yo intentaba decirle. ¡Nos comunicamos! Lo chupeteó, lo movió un poco y lo dejó. Creo que no le gustó. ¡Ja!

Como ven, tuve una mañana fabulosa. Otro día les sigo contando, pues aún hay más, pero ya es muy tarde. ¡Hasta pronto!